Two Kidnappings (Spanish-only)

15 04 2009

Dos secuestros

Así empezó, sin duda y sin compromiso allí en la calle en donde la gente desaparecen. La señorita Leira Iturralde, quien trabajaba para la CIA en el división de narcotráfico, estaba caminando bajo la protección de dos agentes. Tenía solamente unos treinta años de edad y ya a cargo de la división, después de haber interceptado veinte toneladas de cocaína en un barco yendo a los Estados Unidos. Nació en Argentina y creció en los Estados Unidos desde cuando sus padres se mudaron en 1982. Era la hora de revolución, la hora de niños desaparecidos y de adultos desanimados.

Primero, yo encontré los cuerpos de los dos agentes, Jackson Trivers y Allison Hanning, quienes habían trabajado por cinco años juntos antes de conocer a Leira. Los dos cuerpos estaban en la calle a la vista, con un punto rojo en su frente. Era tarde pero las luces en la calle iluminaban el charco de sangre que manchaba sus camisas y que pintaba sus caras. Trivers y Hanning fueron importante, pero más que nada, teníamos que encontrar a Leira. Escrito en un papel que estaba en el bolsillo de Trivers era: ≪No las vas a encontrar. Ni en el cielo, ni en el mar.≫ Sí, la señorita Leira estaba caminando por estos calles y ya no.

Leira se despertó en una cama fría bajo una colcha sucia, lleno de lagrimas, tierra y manchas de sangre. Analizó su entorno. Medía todo que podía: el cuarto era 2.5 metros de altura por 4 de ancho y 5 de largo, la puerta estaba en la esquina 3 metros de su cama. No se oía ningún voz. La bombilla estaba colgada desde el centro de la habitación. Ella se sentía muy cansada. Pensaba que si no la hubieran matado entonces ella habría sido importante para mantener vivo. Los pensamientos que no vinieron de inmediato de su formación llegaron lentamente. Era probable que la habían drogado, creyó ella. Después de lo que pasaron unas horas se dio cuenta de que tenía hambre, y que no sabía cual grupo le secuestró, y si sabían donde estaba, y si …

Segundo, busque en los papeles que estaban sobre la mesa encontré mucho. Con el permiso del gobierno, miré los websitios donde andaba Leira antes del secuestro. Vi fotos y videos y correo electrónico. Todo pasó muy despacio y yo me preocupaba por su vida más y más. Yo seguía buscando en cada carpeta de la computadora. Tal vez fue un recuerdo de una cosa que me había dicho de su breve tiempo en Argentina o tal vez fue suerte. Abrí una carpeta titulado “Corrientes.” La carpeta tenía seguros muy avanzadas pero no impenetrables. La vida de Leira, siempre envuelto en el misterio, estaba a punto desenredarse.

El día siguiente, leí todas la información en la carpeta. Leira trabajaba con ambos lados en la guerra contra los narcotraficantes. En 2003, cuando había hecho su gran descubrimiento del cargo en el barco, ella había mandado un correo electrónico a Carlos Ramas, el cual es un sobrino de Pablo Escobar, para notificarle del descubrimiento. Ramas respondió, ≪Bueno. Los demás tienen azúcar. Asegúrese de que no analizan los paquetes marcados con una etiqueta amarillo. Ojala que asciendas con esto. Estamos tomando un gran riesgo contigo. No nos falle.≫

En el cuarto sucio, Leira esperaba ver sus secuestradores y amigos, Ramón y San Pedro. Todo salió más o menos conforme a sus planes. Tenía más hambre. El reloj en la pared de que ella no se había dado cuenta le dijo que eran las cuatro. No sabía si fuera de la mañana o de la noche. Entró un hombre al cuarto, mirando a ella. Leira no le conoció. Por primera vez empezó dudar que estos fueron sus amigos del FARC. El plan era permitirla desaparecer para usar su información de la CIA y para no estar viviendo como traicionera con la posibilidad de ir a la cárcel. Pero no deberían haberla drogado. El secuestro no iba ser cuando estaban presente Trivers y Hanning. Los hechos no tenían sentido. Cuando vino el hombre, no mostrando comida sino puntando un pistola en su cara, ella sabía que estos tipos no eran ni del FARC ni de la CIA. Se levantó con la agilidad de una mujer de veinte años. Ella sabía que sabía demasiado. Por eso no la mataron. La droga ya paró de afectarla. Sus pensamientos tenían claridad. Miró a su secuestrador, memorizando su rostro como si le pudiera parar de hacer lo inevitable. Miró al cielo, a tiempos pasados, a horas desapareciendo dentro de otras horas tras la espalda de un reloj antiguo en donde la gente se pueda escapar y en donde nunca le llega su hora. Empezaron las preguntas.